Tenía catorce años e iba solo al baloncesto. Por aquellos años era asumible para un chaval el precio de las localidades; con la paguilla, algunos caprichos me daba, aunque con el paso de los años no podría asegurar lo que me costó la entrada para ver el partido en la general, o gallinero, y, por supuesto, sin derecho a tener el asiento asegurado.
Por ciento, era el partido inaugural del campeonato de liga de primera división; un Real Madrid-Barcelona. En el banquillo de los madridistas, el genio inigualable de Don Pedro Ferrándiz, en los azulgranas, Vicente Sanjuán. La liga entonces se disputaba por el sistema tradicional de todos contra todos a doble vuelta; vamos que si perdías un partido, lo tenías imposible.
La expectación máxima generó un lleno en aquel pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid. Otro día hablaré de la atmósfera que allí se respiraba… humo aparte.Como decía, todos esperaban el gran duelo de extranjeros: Héctor Blondet, estrella del baloncesto boricua en los JJ.OO de Múnich 1972; en frente Walter Szcerbiak, rutilante tirador fichado por el binomio Raimundo Saporta-Pedro Ferrándiz, para acompañar como alero a Wayne Brabender. Cuanta nostalgia para los madridistas por el incalculable talento sobre la pista y no menos en los despachos. Blondet acudió al partido lesionado y bien que se vio reflejado en su discreto partido. Todo lo contrario Walter. Entonces para evitar deletrear su complicado apellido en las crónicas periodísticas, que los compañeros cantaban por teléfono (para los más jóvenes, entonces teléfonos atornillados a la pared) se optó por llamarle Walter. Walter, a secas, se salió. Jamás había visto un tipo tan letal. Sin hacer ruido fue sumando puntos, rebotes, asistencias. Todo un “killer” silencioso que padeció en sus carnes Vicente Sanjuan. No tuvo antídoto para desarmar a ese alero tirador de pelo moreno ensortijado y mostacho poblado. Ni que decir tiene que Walter jugó los 40 minutos del partido.
Don Pedro Ferrándiz tenía muy claro que los titulares jugaban hasta que fueran eliminados por faltas; para Don Pedro no existía la palabra extenuación ni la permitía. El Real Madrid había encontrado la máquina anotadora que necesitaba para completar un quinteto de ensueño: Carmelo Cabrera, Wayne Brabender, Walter Szcerbiak, Rafa Rullán y Clifford Luyk.
Walter sumo sin quitar protagonismo a sus compañeros y consiguió que me aficionara, cuando no iba al Pabellón a ver los partidos, a seguir su anotación en una cuartilla mientras veía los encuentros que, de la Copa de Europa, se daban del Real Madrid por TVE. Confieso que cuando los choques eran de las primeras rondas, en más de una ocasión Walter conseguía que la cuartilla se me quedara pequeña. La solución era muy simple, reducía el tamaño de los signos que recogían la anotación del gran Walter; era la única manera de completar mi particular estadística.
De sus palabras tras ganar por 125 a 65 al Barça, me gustaría resaltar el comentario sobre Héctor Blondet: “De Blondet no querría hablar. Me parece un magnífico jugador, pero que junto con su equipo ha tenido muy mala suerte. Habrá que verle en el partido de vuelta y así podremos juzgarle”. Todo un crack.
Para los curiosos, dejo en suspense la anotación de Walter en el partido. Sólo os diré que jamás olvidaré aquel partido. En la camioneta, que no autobús, de vuelta a casa recordaba cada movimiento del gran Walter en aquel su primer partido como jugador del Real Madrid. Fue inolvidable.
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